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EL PARQUE QUEDO SOLO

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María, Paula y Julia eran tres amigas de doce años cada una. Vivían en un tranquilo pueblo cerca de una pradera. Allí tenían de todo, su escuela, su cine, su biblioteca, sus tiendas para comprar víveres y ropa, y, lo mejor de todo, un hermoso parque donde se reunían día a día a jugar desde que se conocieron a los 7 años. El parque quedaba a la misma distancia de la casa de cada una, por la que todas caminaban los mismos cien metros para reunirse allí a divertirse en la rueda, en el columpio, en el sube y baja, o simplemente jugar con sus muñecas en el césped. Todo había transcurrido bien durante esos años de amistad. La hora del parque era la más deseada por ellas. Sin embargo, como todo en la vida, ese año ellas entraron en secundaria, y como cada una se había decidido por estudios distintos, sus horarios cambiaron y no pudieron coincidir como antes en su lugar especial. Con el tiempo pasaron de verse solo tres veces a la semana cuando antes eran siete; luego solo dos veces, y al fina

Tú gobiernas tu mente, no tu mente a ti

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  “Érase una vez un estudiante de zen que se lamentaba de que no podía meditar, ya que sus pensamientos se lo impedían. Este le dijo a su maestro que  sus pensamientos y las imágenes que generaba no le dejaban meditar , y que aún cuando se iban unos instantes al poco volvían con mayor fuerza, no dejándoles en paz. Su maestro le indicó que esto sólo dependía de sí mismo, y que dejara de cavilar. Pero el estudiante siguió indicando que los pensamientos le confundían y no le dejaban meditar en paz, y que cada vez que procuraba concentrarse le aparecían pensamientos y reflexiones de manera continuada, a menudo poco útiles e irrelevantes. A esto el maestro le propuso que cogiera una cuchara y la sostuviera en la mano, mientras se sentaba e intentaba meditar. El alumno obedeció, hasta que de pronto el maestro le indicó que dejara la cuchara. El alumno lo hizo, dejándola caer al suelo. Miró a su maestro, confuso, y este le preguntó que quién agarraba a quién, si él a la cuchara o la cuchara a

EL PASAJISTA

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  “Érase una vez un pintor de gran talento que fue enviado por el emperador de China a una provincia lejana y recién conquistada, con la misión de traer a su vuelta imágenes pintadas. Tras un largo viaje en el que visitó en profundidad todos los territorios de la provincia, el pintor regresó, pero sin embargo no portaba ninguna imagen.  Ello generó sorpresa en el emperador, quien terminó enfadándose con el pintor . En ese momento, el artista solicitó que le dejaran un lienzo de pared. En él, el pintor dibujó con gran detalle todo lo que había visto y recorrido en su viaje, tras lo cual el emperador acudió a verlo. Entonces el pintor le explicó cada uno de los rincones del gran paisaje que había dibujado y explorado en sus viajes. Al acabar, el pintor se aproximó a un sendero que había dibujado y que parecía perderse en el espacio. Poco a poco, el pintor se adentró en el sendero, metiéndose en el dibujo y haciéndose cada vez más pequeño hasta desaparecer tras una curva. Y cuando este de

El elefante encadenado (Jorge Bucay)

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“Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo,  la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra . Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuanto tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre o a algún tío por el mi

EL MUNDO (Eduardo Galeano)

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“Un hombre del pueblo Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado desde arriba la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso-reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.   Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás . No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.” FIN Más que un cuento corto,  se trata de un microcuento creado por Eduardo Galeano  (uno de los más destacados escritores uruguayos y de toda latinoamérica) y publicado en su libro “El libro de los abrazos”. Se centra en la visión del mundo como un lugar maravilloso lleno de gentes muy diferentes entre sí, pe

EL ESPEJO CHINO

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“Había una vez un campesino chino, el cual iba a ir a la ciudad a vender la cosecha de arroz en la que él y su esposa habían estado trabajando. Su mujer le pidió que, aprovechando el viaje, no se olvidase de traerle un peine. El hombre llegó a la ciudad y una vez allí vendió la cosecha. Tras hacerlo, se encontró y reunió con varios compañeros y se pusieron a beber y a celebrar lo conseguido. Después de ello, y aún un poco desorientado, el campesino recordó que su esposa le había pedido que le trajera algo. Sin embargo no recordaba el qué, con lo que  acudió a una tienda y compró el producto que más le llamó la atención . Se trataba de un espejo, con el cual regresó a su hogar. Tras dárselo a su esposa, se marchó de nuevo a trabajar en el campo. La joven esposa se miró en el espejo, y repentinamente empezó a llorar . La madre de esta le preguntó el por qué de tal reacción, a lo que su hija le pasó el espejo y le respondió que la causa de sus lágrimas era que su marido había traído consi

EL SABIO Y EL ESCORPIO

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“Había una vez un sabio monje que paseaba junto a su discípulo en las orilla de un río. Durante su caminar,  vio como un escorpión había caído al agua y se estaba ahogando , y tomó la decisión de salvarlo sacándolo del agua. Pero una vez en su mano, el animal le picó. El dolor hizo que el monje soltara al escorpión, que volvió a caer al agua. El sabio volvió a intentar sacarlo, pero de nuevo el animal le picó provocando que le dejara caer. Ello ocurrió una tercera vez. El discípulo del monje, preocupado, le preguntó por qué continuaba haciéndolo si el animal siempre le picaba. El monje, sonriendo, le respondió que la naturaleza del escorpión es la de picar, mientras que la de él no era otra que la de ayudar. Dicho esto el monje tomó una hoja y, con su ayuda, consiguió sacar al escorpión del agua y salvarlo sin sufrir su picadura. “ FIN